3.
PILARES DEL ÁREA DE EDUCACIÓN EN LA FE
Para
poder pensarse un área de Educación en la fe es preciso tener en cuenta algunos
elementos fundamentales, los cuales, sirviendo de pilares de esta, han de ser
siempre impulsados en clave prioritaria. Ayudados del sacerdote Alejandro Puiggari
proponemos cuatro “pilares” que nos permitirán distanciarnos de una mera
instrucción religiosa –lo cual es un riesgo constante– para abocarnos a la
verdadera identidad y fin último de la misión educativa de la Iglesia.
1.
Una
asignatura religiosa, integradora, y catequética:
La presencia de una asignatura es fundamental. Ella tendrá que ceñirse a las
exigencias científicas de las otras materias en cuanto a su planificación,
objetivos, etc. Promoverá el diálogo con las demás asignaturas, dispondrá de un
horario fijo y será obligatoria –sin excepción de otras confesiones–. Será
evaluada continuamente al igual que las otras materias. A su vez se distinguirá
de la enseñanza religiosa a través de una impronta catequística: “la impronta
catequística estará dada principalmente por la referencia permanente a la vida
y situación de los educandos, teniendo como fuente principal la palabra de Dios[1].
2.
Un
proyecto pastoral educativo: “Sin una verdadera
pastoral educativa, la educación en la fe queda reducida a mera instrucción
religiosa… Hablando con precisión, lo específicamente catequístico se da fuera
de la hora de religión”[2].
El proyecto pastoral educativo, visto líneas atrás como Proyecto Pastoral
Institucional, complementa la asignatura, la incluye y abre el panorama a un
campo de trabajo pastoral mucho más amplio que la sola aula de clases. Por
medio de este ideario se contemplan diversos ámbitos del universo escolar y su
entorno: la escuela y sus miembros, la promoción de la fe, las actividades
religiosas y sociales, la relación con la sociedad, etc.
3.
Un
docente – catequista:
Sin llegar a ser el superhéroe en quien recaigan todas las actividades del
plano pastoral, el o la docente – catequista está llamado/a a ser animador/a de
la comunidad educativa con su presencia, testimonio y acciones. “La persona
delegada por la comunidad para estar al frente del proceso de Educación en la fe se identifica con el
perfil de un docente. Pero no de cualquier docente, ya que se lo reconoce
también como catequista”[3].
Se le pide ser testigo y discípulo, padre y hermano, animador y vigía, creyente
comprometido, que desde el obrar enseñe y, enseñando, obre. No es poca cosa la
responsabilidad que lleva sobre sí, puesto que habla en nombre de Cristo y la
comunidad eclesial.
4.
Una
comunidad educativa: Sin embargo, para que el docente –
catequista pueda desplegar su labor es necesaria una comunidad educadora que lo
sostenga, no se puede entender un cristiano sin su comunidad, un santo fuera de
la Iglesia. Por ende, el compromiso de fe ha de tocar también a los directivos,
demás docentes, administrativos, personal de servicio, alumnado y padres de
familia. Todos ellos conforman la comunidad educativa. A esto es preciso
señalar que la comunidad educativa “no es algo terminado, sino que se tiene que
ir construyendo, que debe estar en permanente estado de conversión”[4].
Además de ello, la noción de comunidad educativa nos abre otra posibilidad: no
solo es escuela de fe para los alumnos sino también para los adultos. El
espectro evangelizador se abre necesariamente para todos aquellos que
pertenecen a la escuela.
De
esta manera, a través del currículum,
el PPI y los pilares para la Educación en la fe podemos adentrarnos con
renovado fervor, tanto profesional como pastoral, en un planeamiento maduro y
eficaz, producto de un discernimiento consciente y en vistas a la optimización
de la misión educadora.